miércoles, febrero 11, 2009

LAS TELEVISORAS SE SUBLEVAN


Por Sergio Hernández Gil

Aunque marginada por el análisis serio y objetivo de los medios de comunicación, especialmente los electrónicos, la nota sobresaliente de la semana es la relativa al diferendo entre las dos principales cadenas de televisión del país (Televisa y Televisión Azteca y sus filiales de televisión restringida) contra el Instituto Federal Electoral (IFE), a raíz del manejo que estos medios electrónicos han dado a los promocionales de los partidos políticos y del propio Instituto con miras a las elecciones del próximo día 5 de julio.
Tanto en las dos cadenas de televisión como en la mayoría de las estaciones de radio, previo a la transmisión de los spots políticos durante toda la semana pasada se ha venido anteponiendo un aviso en el que se señala al IFE como el responsable de obligar a los canales a “interrumpir su programa favorito” para escuchar los mensajes de los partidos políticos, con el propósito de provocar lo que en comunicación se llama “saturación” y causar rechazo a dichos promocionales electorales, a la propia autoridad electoral, y por ende, restar credibilidad a los partidos políticos (aunado a su propio desprestigio) y a cualquier actitud o acción de los legisladores que afecte los intereses hegemónicos de las televisoras.
Salvo contadas excepciones (como Miguel Ángel Granados Chapa, Julio Hernández, Salvador García Soto, Francisco Garfias y Javier Corral Jurado), la mayoría de los columnistas y articulistas que se han referido a este asunto han tendido a minimizar las graves consecuencias que representa la insurrección de las televisoras, a más de callar sobre la principal causa que ha motivado su conducta, que es la imposibilidad legal de cobrar los 23 millones de spots que ahora se transmitirán –por la Reforma Electoral- en tiempos del Estado, de aquí al 5 de julio.
Esta cantidad de spots es similar a la que se transmitió en el proceso electoral del 2006 y que representó para la televisión y la radio un ingreso de más de 4 mil 400 millones de pesos (2,700 millones pagados por los partidos políticos y 1,700 millones por el Consejo Coordinador Empresarial y la Presidencia de Vicente Fox, según ha afirmado Javier Corral, un destacado promotor para una regulación más estricta a las televisoras).
Por ejemplo, el otrora combativo Ricardo Alemán, hoy sumiso ante la derecha y el poder, ha esgrimido el discurso de que en este proceso “todos mienten”: partidos políticos, IFE y gobierno incluido; y desvía la atención al señalar que se trata de una lucha de poder entre la “telecracia” y la “partidocracia”, y que el IFE, a final de cuentas, “es un empleado de los partidos”. Este manejo del lenguaje, en el que se supedita la verdad, o se esconde, para derivarla en un enfrentamiento entre dos poderes fácticos, pretende reforzar la idea frecuente que existe entre diversos grupos sociales acerca de que en la política y los políticos no es posible confiar y que sus intereses son los propios y no los de la ciudadanía, y transmitiendo el mensaje de que este tipo de conducta es general en la clase política.
No estamos ajenos a que en el IFE se manejan a través de los Consejeros Electorales los intereses de los partidos políticos, pero es un tanto ingenuo creer que se han unido para enfrentar a las televisoras como poder fáctico cuando lo que quiere cada uno, y su razón de ser, es obtener el poder para sí mismos, por partido o por sus representantes.
Una actitud similar a la de Alemán tienen otros columnistas, como Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Denisse Maerker y Sergio Sarmiento, quienes como empleados de las televisoras que son, acotan su discurso a difundir la especie de que las reformas a la Ley Electoral que impiden a los particulares la contratación de espacios para la transmisión de spots de carácter político son un atentado a la libertad de expresión, cuando lo que se produjo fue una regulación para evitar que grupos con poder económico apoyen a tal partido o candidato en detrimento de los otros como sucedió en la elección presidencial pasada. La Reforma Electoral no impide que cualquier persona pueda expresar su parecer sobre otra, o en relación a un candidato, siempre y cuando lo haga sin que tenga que pagar para que difundan su opinión.
No abordan tampoco, por ejemplo, el hecho de que la televisión y la radio son concesiones del Estado a particulares, y que en ese sentido estos medios deben servir a los intereses de la ciudadanía y no a los de grupos económicos o al partido en el poder. En este sentido, la presentación en bloque que hicieron de los promocionales de los partidos políticos y del IFE, al transgredir la pauta de transmisión, de acuerdo a los propios consejeros, especialmente Virgilio Andrade, implica una violación al artículo 350, párrafo I, inciso C) del Cofipe, lo cual finalmente tipifica una conducta que significa un atentado a la función social de estos medios para contribuir a fortalecer la integración nacional y el mejoramiento de las formas de convivencia humana y el fortalecimiento de las convicciones democráticas, a las que alude el artículo V fracción IV de la Ley Federal de Radio y Televisión.
Luego de esta semana de presiones, parece que al fin el Instituto Federal Electoral decidió tomar cartas en el asunto y pedir explicaciones a los responsables de estas cadenas de televisión, y tras escuchar sus primeras respuestas decidieron iniciar un proceso que concluirá en algún tipo de sanción económica que será determinada en el curso de los próximos días. (Se espera que hoy lunes sean notificadas las empresas; mañana y el miércoles las televisoras podrán ejercer su derecho de audiencia; y el jueves se elaborará el dictamen que corresponda. El viernes, el Consejo General del IFE sesionará para fijar las sanciones que, de acuerdo al artículo 354 del Cofipe, pueden ir desde una amonestación pública hasta multas por cien mil días de salario mínimo y, en caso de reincidencia, hasta de 200 mil días de salario mínimo. En casos extremos se les podría suspender la transmisión del tiempo comercializable de una a 36 horas).
-o0o-

lunes, enero 19, 2009

EL TREN PASA PRIMERO


El tren pasa primero
Novela de Elena Poniatowska

Por Sergio Hernández Gil

“Acabar con las injusticias es mi única religión”, dice Trinidad Pineda Chinos a un par de compañeros de celda, delincuentes comunes ellos, cuando estos muestran interés, pero más que nada respeto y admiración por el personaje central de El Tren Pasa Primero, en quien Elena Poniatowska, recrea al líder sindical ferrocarrilero Demetrio Vallejo que, como muchos aprendimos y quizá otros recuerden, fue encarcelado en Lecumberri luego de que en 1959 paralizó al país al estallar una huelga nacional de ferrocarrileros.

De él, dijo lo siguiente Elena Poniatowska al recibir La Medalla al Mérito Ciudadano, que le otorgó la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en 1994. Cito textualmente:

“Demetrio Vallejo es otro oaxaqueño inolvidable. Hombre de riel, nacido en 1910 con la Revolución, impulsó como presidente de la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios la huelga ferrocarrilera que paralizó al país primero en 1958 y luego en 1959. Cursó hasta el tercero de primaria y su idioma materno fue el zapoteco. Sus padres iban de Espinal a Mogoñe y párenle de contar. Allá sólo había dos opciones: trabajar en el campo o ser chícharo en la estación. Vallejo escogió el tren.

Al aprender a leer en castellano, Demetrio estructuró todo un sistema de pensamiento para comprender al mundo al que quería acceder. De niño comía quelites con huevo, como Benito Juárez, hoy tan injustamente olvidado. Demetrio Vallejo escogió la crítica, el análisis de los acontecimientos, la reflexión, la lectura, la disciplina, para volverse un hombre moderno y llegar a líder. Aprendió muy joven a razonar y se desesperó porque a la estación de tren llegaban pocos libros, y los que pedía por correspondencia le resultaban de muy difícil lectura, como el significado de plusvalía en El Capital, de Marx.

Aunque su base fue la cultura zapoteca, el pensaba que siempre hay una razón social y política tras los mitos y las leyendas. Nunca perdió esa cultura esencial, la de la tierra, la de su pasado prehispánico. Se supo y se declaró indígena. Pero tampoco fue eso lo que más le importó. Quería ante todo cambiar la suerte de los trabajadores, depurar el sindicalismo, acabar con los líderes vendidos. Su indignación lo sostuvo. Su indignación fue su moral. Y su amor. Amaba al ferrocarril por sobre todas las cosas.

¿Qué diría ahora que terminaron los trenes de pasajeros y se va a demoler Buenavista? Pocos hombres como él, imposibles de doblegar. Once años de cárcel y una larga huelga de hambre no lo cambiaron. Murió en 1985, él, el incorruptible.”
Cuenta la maestra Poniatowska que allá por los años setenta quiso escribir sobre la vida del dirigente ferrocarilero.

“Le leía –dice los capítulos al propio Vallejo para hacer más exacta la biografía, pero levantaba la vista y lo veía dormido. Entonces decidí guardar el texto. Creo que para él fue una decepción. Le di una copia, encuadernada, de toda la entrevista, como un regalo para que lo conservara y ya no hice nada”.

Hoy vemos, con alegría, que esa biografía, treinta años después, se convirtió en una novela, escrita con la dulzura propia que la caracteriza, pero que a la vez con un lenguaje vigoroso y vibrante va mucho más allá de describir las acciones políticas de Demetrio Vallejo.

Nos muestra a través de Trinidad Pineda Chinas, el alma, la estructura moral e ideológica de este hombre que, como describe el narrador –en una de esas intervenciones inusitadas pero valiosísimas en las reflexiones del personaje— era un “David frente a dos Goliat: el gobierno y el sindicalismo corruptos”.

“Yo soy mi propio viaje. ¿Será esto buscar la verdad de la vida?”, reflexiona Trinidad Pineda en una bellísima frase que más bien podría aplicársele a la propia Elena Poniatowska, siempre solidaria con las luchas sociales, siempre preocupada por los que menos tienen, siempre rescatando con sus obras a personajes tan intensos como Tina Modoti, como a Diego Rivera.

El Tren Pasa Primero es una clara muestra de que la literatura, tal como la concebía Bertoldt Bretch, además de ser un arte puede ser didáctica y, si extremamos esta concepción, estar llena de contenido social y ser un instrumento de denuncia, tal como se lo plantea constantemente el compañero de viaje de Trinidad, Carmelo Cifuentes, quien le advierte claramente del sometimiento que pretenden constantemente los poderes fácticos: “—Mira, Trinidad, el que exige que no seas secretario del sindicato es el agregado de prensa de la Embajada de Estados Unidos, Abe Kramer, que intervino en el conflicto a través del secretario de Gobernación”.

Elena Poniatowska nos cuenta en esta maravillosa novela, una etapa de suma importancia para la historia del país. A través de un lenguaje poético nos muestra la fragua de los ideales en hechos concretos, en conquistas reales para los trabajadores. Es una épica en la que con maestría y destreza inserta personajes reales como Vicente Lombardo Toledano sobre el ferrocarril y sus trabajadores, especialmente su líder, para quienes los rieles, las locomotoras y los vagones son su esencia, su razón de ser.

El tren mece sus sueños. Trinidad siente que la máquina es parte de su propio cuero, lloran las zapatas, crujen retirándose los frenos, los rieles aúllan en las curvas al ser mordidos por las ruedas y le duelen los brazos y las piernas y siente punzadas en el estómago. La velocidad lo marea, el tren va como un dragón escupiendo fuego. Los rieles lastiman la tierra con sus líneas rectas encajadas en su corteza, la crucifican, ¿o no han visto el tamaño de los clavos para remachar rieles? Cortan el paisaje, lo asaetan, agujerean las montañas, las perforan, violentan la naturaleza.

El tren es un fabricante de quimeras. Y quizá sea esto algo que los políticos no comprendieron en México: hoy ya no tenemos Ferrocarriles Nacionales, y la última posibilidad de tender los rieles de sur a norte del país quedó cancelada con el reciente proceso electoral.

“De las luchas sociales del país después de la Revolución Mexicana, la huelga ferrocarrilera es la más trascendente”, dice la narradora a través de su personaje, refiriéndose obviamente hasta ese momento histórico. “No se trataba de una simple movilización obrera sino de un combate político de gran alcance; llegaría lejos, la secundarían otras organizaciones, y el gobierno se iría a pique”.

Era pues, el final de la década de los cincuenta. Gobernaba a México, Adolfo López Mateos cuando estalla la huelga ferrocarrilera. En ese mismo año, el primero de enero de 1959 triunfó la revolución cubana y los soviéticos lograron enviar una nave no tripulada a la luna. Curiosamente, en esas contradicciones inexplicables de la historia, es el propio López Mateos quien, un año después, en 1960, expropia y nacionaliza la industria eléctrica y abre, debido a la presión social y mediante una reforma a la Constitución, los primeros espacios para las minorías políticas en el Congreso de la Unión. Once años, cuatro meses y tres días, fue exactamente el tiempo que permaneció encarcelado Demetrio Vallejo.

-----------------


15/09/2006