El tren pasa primero
Novela de Elena Poniatowska
Por Sergio Hernández Gil
“Acabar con las injusticias es mi única religión”, dice Trinidad Pineda Chinos a un par de compañeros de celda, delincuentes comunes ellos, cuando estos muestran interés, pero más que nada respeto y admiración por el personaje central de El Tren Pasa Primero, en quien Elena Poniatowska, recrea al líder sindical ferrocarrilero Demetrio Vallejo que, como muchos aprendimos y quizá otros recuerden, fue encarcelado en Lecumberri luego de que en 1959 paralizó al país al estallar una huelga nacional de ferrocarrileros.
De él, dijo lo siguiente Elena Poniatowska al recibir La Medalla al Mérito Ciudadano, que le otorgó la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en 1994. Cito textualmente:
“Demetrio Vallejo es otro oaxaqueño inolvidable. Hombre de riel, nacido en 1910 con la Revolución, impulsó como presidente de la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios la huelga ferrocarrilera que paralizó al país primero en 1958 y luego en 1959. Cursó hasta el tercero de primaria y su idioma materno fue el zapoteco. Sus padres iban de Espinal a Mogoñe y párenle de contar. Allá sólo había dos opciones: trabajar en el campo o ser chícharo en la estación. Vallejo escogió el tren.
Al aprender a leer en castellano, Demetrio estructuró todo un sistema de pensamiento para comprender al mundo al que quería acceder. De niño comía quelites con huevo, como Benito Juárez, hoy tan injustamente olvidado. Demetrio Vallejo escogió la crítica, el análisis de los acontecimientos, la reflexión, la lectura, la disciplina, para volverse un hombre moderno y llegar a líder. Aprendió muy joven a razonar y se desesperó porque a la estación de tren llegaban pocos libros, y los que pedía por correspondencia le resultaban de muy difícil lectura, como el significado de plusvalía en El Capital, de Marx.
Aunque su base fue la cultura zapoteca, el pensaba que siempre hay una razón social y política tras los mitos y las leyendas. Nunca perdió esa cultura esencial, la de la tierra, la de su pasado prehispánico. Se supo y se declaró indígena. Pero tampoco fue eso lo que más le importó. Quería ante todo cambiar la suerte de los trabajadores, depurar el sindicalismo, acabar con los líderes vendidos. Su indignación lo sostuvo. Su indignación fue su moral. Y su amor. Amaba al ferrocarril por sobre todas las cosas.
¿Qué diría ahora que terminaron los trenes de pasajeros y se va a demoler Buenavista? Pocos hombres como él, imposibles de doblegar. Once años de cárcel y una larga huelga de hambre no lo cambiaron. Murió en 1985, él, el incorruptible.”
Cuenta la maestra Poniatowska que allá por los años setenta quiso escribir sobre la vida del dirigente ferrocarilero.
“Le leía –dice los capítulos al propio Vallejo para hacer más exacta la biografía, pero levantaba la vista y lo veía dormido. Entonces decidí guardar el texto. Creo que para él fue una decepción. Le di una copia, encuadernada, de toda la entrevista, como un regalo para que lo conservara y ya no hice nada”.
Hoy vemos, con alegría, que esa biografía, treinta años después, se convirtió en una novela, escrita con la dulzura propia que la caracteriza, pero que a la vez con un lenguaje vigoroso y vibrante va mucho más allá de describir las acciones políticas de Demetrio Vallejo.
Nos muestra a través de Trinidad Pineda Chinas, el alma, la estructura moral e ideológica de este hombre que, como describe el narrador –en una de esas intervenciones inusitadas pero valiosísimas en las reflexiones del personaje— era un “David frente a dos Goliat: el gobierno y el sindicalismo corruptos”.
“Yo soy mi propio viaje. ¿Será esto buscar la verdad de la vida?”, reflexiona Trinidad Pineda en una bellísima frase que más bien podría aplicársele a la propia Elena Poniatowska, siempre solidaria con las luchas sociales, siempre preocupada por los que menos tienen, siempre rescatando con sus obras a personajes tan intensos como Tina Modoti, como a Diego Rivera.
El Tren Pasa Primero es una clara muestra de que la literatura, tal como la concebía Bertoldt Bretch, además de ser un arte puede ser didáctica y, si extremamos esta concepción, estar llena de contenido social y ser un instrumento de denuncia, tal como se lo plantea constantemente el compañero de viaje de Trinidad, Carmelo Cifuentes, quien le advierte claramente del sometimiento que pretenden constantemente los poderes fácticos: “—Mira, Trinidad, el que exige que no seas secretario del sindicato es el agregado de prensa de la Embajada de Estados Unidos, Abe Kramer, que intervino en el conflicto a través del secretario de Gobernación”.
Elena Poniatowska nos cuenta en esta maravillosa novela, una etapa de suma importancia para la historia del país. A través de un lenguaje poético nos muestra la fragua de los ideales en hechos concretos, en conquistas reales para los trabajadores. Es una épica en la que con maestría y destreza inserta personajes reales como Vicente Lombardo Toledano sobre el ferrocarril y sus trabajadores, especialmente su líder, para quienes los rieles, las locomotoras y los vagones son su esencia, su razón de ser.
El tren mece sus sueños. Trinidad siente que la máquina es parte de su propio cuero, lloran las zapatas, crujen retirándose los frenos, los rieles aúllan en las curvas al ser mordidos por las ruedas y le duelen los brazos y las piernas y siente punzadas en el estómago. La velocidad lo marea, el tren va como un dragón escupiendo fuego. Los rieles lastiman la tierra con sus líneas rectas encajadas en su corteza, la crucifican, ¿o no han visto el tamaño de los clavos para remachar rieles? Cortan el paisaje, lo asaetan, agujerean las montañas, las perforan, violentan la naturaleza.
El tren es un fabricante de quimeras. Y quizá sea esto algo que los políticos no comprendieron en México: hoy ya no tenemos Ferrocarriles Nacionales, y la última posibilidad de tender los rieles de sur a norte del país quedó cancelada con el reciente proceso electoral.
“De las luchas sociales del país después de la Revolución Mexicana, la huelga ferrocarrilera es la más trascendente”, dice la narradora a través de su personaje, refiriéndose obviamente hasta ese momento histórico. “No se trataba de una simple movilización obrera sino de un combate político de gran alcance; llegaría lejos, la secundarían otras organizaciones, y el gobierno se iría a pique”.
Era pues, el final de la década de los cincuenta. Gobernaba a México, Adolfo López Mateos cuando estalla la huelga ferrocarrilera. En ese mismo año, el primero de enero de 1959 triunfó la revolución cubana y los soviéticos lograron enviar una nave no tripulada a la luna. Curiosamente, en esas contradicciones inexplicables de la historia, es el propio López Mateos quien, un año después, en 1960, expropia y nacionaliza la industria eléctrica y abre, debido a la presión social y mediante una reforma a la Constitución, los primeros espacios para las minorías políticas en el Congreso de la Unión. Once años, cuatro meses y tres días, fue exactamente el tiempo que permaneció encarcelado Demetrio Vallejo.
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15/09/2006
Novela de Elena Poniatowska
Por Sergio Hernández Gil
“Acabar con las injusticias es mi única religión”, dice Trinidad Pineda Chinos a un par de compañeros de celda, delincuentes comunes ellos, cuando estos muestran interés, pero más que nada respeto y admiración por el personaje central de El Tren Pasa Primero, en quien Elena Poniatowska, recrea al líder sindical ferrocarrilero Demetrio Vallejo que, como muchos aprendimos y quizá otros recuerden, fue encarcelado en Lecumberri luego de que en 1959 paralizó al país al estallar una huelga nacional de ferrocarrileros.
De él, dijo lo siguiente Elena Poniatowska al recibir La Medalla al Mérito Ciudadano, que le otorgó la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en 1994. Cito textualmente:
“Demetrio Vallejo es otro oaxaqueño inolvidable. Hombre de riel, nacido en 1910 con la Revolución, impulsó como presidente de la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios la huelga ferrocarrilera que paralizó al país primero en 1958 y luego en 1959. Cursó hasta el tercero de primaria y su idioma materno fue el zapoteco. Sus padres iban de Espinal a Mogoñe y párenle de contar. Allá sólo había dos opciones: trabajar en el campo o ser chícharo en la estación. Vallejo escogió el tren.
Al aprender a leer en castellano, Demetrio estructuró todo un sistema de pensamiento para comprender al mundo al que quería acceder. De niño comía quelites con huevo, como Benito Juárez, hoy tan injustamente olvidado. Demetrio Vallejo escogió la crítica, el análisis de los acontecimientos, la reflexión, la lectura, la disciplina, para volverse un hombre moderno y llegar a líder. Aprendió muy joven a razonar y se desesperó porque a la estación de tren llegaban pocos libros, y los que pedía por correspondencia le resultaban de muy difícil lectura, como el significado de plusvalía en El Capital, de Marx.
Aunque su base fue la cultura zapoteca, el pensaba que siempre hay una razón social y política tras los mitos y las leyendas. Nunca perdió esa cultura esencial, la de la tierra, la de su pasado prehispánico. Se supo y se declaró indígena. Pero tampoco fue eso lo que más le importó. Quería ante todo cambiar la suerte de los trabajadores, depurar el sindicalismo, acabar con los líderes vendidos. Su indignación lo sostuvo. Su indignación fue su moral. Y su amor. Amaba al ferrocarril por sobre todas las cosas.
¿Qué diría ahora que terminaron los trenes de pasajeros y se va a demoler Buenavista? Pocos hombres como él, imposibles de doblegar. Once años de cárcel y una larga huelga de hambre no lo cambiaron. Murió en 1985, él, el incorruptible.”
Cuenta la maestra Poniatowska que allá por los años setenta quiso escribir sobre la vida del dirigente ferrocarilero.
“Le leía –dice los capítulos al propio Vallejo para hacer más exacta la biografía, pero levantaba la vista y lo veía dormido. Entonces decidí guardar el texto. Creo que para él fue una decepción. Le di una copia, encuadernada, de toda la entrevista, como un regalo para que lo conservara y ya no hice nada”.
Hoy vemos, con alegría, que esa biografía, treinta años después, se convirtió en una novela, escrita con la dulzura propia que la caracteriza, pero que a la vez con un lenguaje vigoroso y vibrante va mucho más allá de describir las acciones políticas de Demetrio Vallejo.
Nos muestra a través de Trinidad Pineda Chinas, el alma, la estructura moral e ideológica de este hombre que, como describe el narrador –en una de esas intervenciones inusitadas pero valiosísimas en las reflexiones del personaje— era un “David frente a dos Goliat: el gobierno y el sindicalismo corruptos”.
“Yo soy mi propio viaje. ¿Será esto buscar la verdad de la vida?”, reflexiona Trinidad Pineda en una bellísima frase que más bien podría aplicársele a la propia Elena Poniatowska, siempre solidaria con las luchas sociales, siempre preocupada por los que menos tienen, siempre rescatando con sus obras a personajes tan intensos como Tina Modoti, como a Diego Rivera.
El Tren Pasa Primero es una clara muestra de que la literatura, tal como la concebía Bertoldt Bretch, además de ser un arte puede ser didáctica y, si extremamos esta concepción, estar llena de contenido social y ser un instrumento de denuncia, tal como se lo plantea constantemente el compañero de viaje de Trinidad, Carmelo Cifuentes, quien le advierte claramente del sometimiento que pretenden constantemente los poderes fácticos: “—Mira, Trinidad, el que exige que no seas secretario del sindicato es el agregado de prensa de la Embajada de Estados Unidos, Abe Kramer, que intervino en el conflicto a través del secretario de Gobernación”.
Elena Poniatowska nos cuenta en esta maravillosa novela, una etapa de suma importancia para la historia del país. A través de un lenguaje poético nos muestra la fragua de los ideales en hechos concretos, en conquistas reales para los trabajadores. Es una épica en la que con maestría y destreza inserta personajes reales como Vicente Lombardo Toledano sobre el ferrocarril y sus trabajadores, especialmente su líder, para quienes los rieles, las locomotoras y los vagones son su esencia, su razón de ser.
El tren mece sus sueños. Trinidad siente que la máquina es parte de su propio cuero, lloran las zapatas, crujen retirándose los frenos, los rieles aúllan en las curvas al ser mordidos por las ruedas y le duelen los brazos y las piernas y siente punzadas en el estómago. La velocidad lo marea, el tren va como un dragón escupiendo fuego. Los rieles lastiman la tierra con sus líneas rectas encajadas en su corteza, la crucifican, ¿o no han visto el tamaño de los clavos para remachar rieles? Cortan el paisaje, lo asaetan, agujerean las montañas, las perforan, violentan la naturaleza.
El tren es un fabricante de quimeras. Y quizá sea esto algo que los políticos no comprendieron en México: hoy ya no tenemos Ferrocarriles Nacionales, y la última posibilidad de tender los rieles de sur a norte del país quedó cancelada con el reciente proceso electoral.
“De las luchas sociales del país después de la Revolución Mexicana, la huelga ferrocarrilera es la más trascendente”, dice la narradora a través de su personaje, refiriéndose obviamente hasta ese momento histórico. “No se trataba de una simple movilización obrera sino de un combate político de gran alcance; llegaría lejos, la secundarían otras organizaciones, y el gobierno se iría a pique”.
Era pues, el final de la década de los cincuenta. Gobernaba a México, Adolfo López Mateos cuando estalla la huelga ferrocarrilera. En ese mismo año, el primero de enero de 1959 triunfó la revolución cubana y los soviéticos lograron enviar una nave no tripulada a la luna. Curiosamente, en esas contradicciones inexplicables de la historia, es el propio López Mateos quien, un año después, en 1960, expropia y nacionaliza la industria eléctrica y abre, debido a la presión social y mediante una reforma a la Constitución, los primeros espacios para las minorías políticas en el Congreso de la Unión. Once años, cuatro meses y tres días, fue exactamente el tiempo que permaneció encarcelado Demetrio Vallejo.
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15/09/2006